Dialogar a través del tacto, la piel, el roce, las sensaciones, con el paso del tiempo, la memoria inconsciente y sus implicaciones emocionales hasta conformar un mapa, una segunda piel que como en esas iglesias orotodoxas en las que los frescos rodean el exterior de todo el edificio, formando un libro visual, una segunda piel abierta, son narradas historias a través de iconos e imágenes que seducen al ojo e invitan a ser vividas e interpretadas.